SALSA COMUNISTA
- Carlien van Viegen
- 1 abr 2016
- 3 Min. de lectura
Entre la masa de taxistas que me ataca a la salida del aeropuerto, sobresale un negro lindo que me aborda. Él tiene una mirada mucho más simpática que el empleado detrás de la ventanilla que revisó mi pasaporte, el cual me hizo pensar en el Bloque del Este, secundado por una turba de militares armados que me vigilaban desde todos los rincones.
-Bienvenida a Cuba. Yo soy Antonio-. -Muchas gracias. Yo soy Feliz-. Sin pena, me rodea y me mira desde el flequillo hasta los dedos de mis pies, que tienen pintadas las uñas de color rojo.
-Juan no pudo venir a recogerte-, me dice mientras abre la puerta de un Lada verde brillante. -Bienvenida a Latinoamérica: cuando Juan no te puede recoger, Antonio lo hace, o José, o Pedro o Ricardo-.

Los héroes de Fidel: Che Guevara y José Martí, me miran nulos sin expresion desde los edifícios grises, cuando cruzamos la Plaza de la Revolución. Estatuas del mismo Castro, todavía no he visto. Aunque sospecho que pueda estar mirándome secretamente de(sde) todos los autos antiguos que nos adelantan con su ruido típico: Fidel is always watching you. Admirada percibo las pinturas en las paredes con mensajes como: “Hasta la victoria siempre”, que reflejan la revolución. En el Capitolio ondea la bandera orgullosa e indestructible, aunque el edificio esté lleno de grietas. Toco a Antonio en su hombro y le sugiero que suba el volúmen de la salsa rujiente.
-¡Qué ciudad!-. Excitada pongo mi cabeza en la ventana y me dejo llevar por el movimiento: buses “retro” llenos de gente, autos antiguos de variados colores y ancianos jugando cartas con una copa de ron en una mano y un cigarro en la otra, cientos de mujeres lindas en vestidos cortos. Mientras las mujeres y los autos lucen con orgullo sus colores, muchos edificios antiguos se han ido decolorando, pero sin perder su encanto. Havana, ciudad lindísima, llena de raices e historia: autos americanos y rusos, bicicletas chinas y buses holandeses. Pero especialmente: pasión cubana.
En un callejón estrecho, Antonio parquea el Lada entre dos Chrysler oxidados, muy cerca, en la esquina, un grupo de viejos vestidos con trajes blancos, interpreta el Son Cubano. Siento mariposas en el estómago. -Vamos a comer Congrí-, dice alegremente Antonio. Y siento cómo irremediablemente las maripositas se escapan. Congrí es la típica comida cubana, una mezcla de arroz oscuro con fríjoles, cubierta con un pedazo de cerdo o pollo. Noto que esta preparación la he venido comiendo por cuatro meses en versiones similares durante mi viaje por Latinoamérica. Me pregunto: -¿Por qué será que los cubanos piensan que es tan rico?. ¿O es que no tienen más opciones?-. Aparte de los productos que trae el libro del comunismo, no hay nada que pueda elegir un cubano. De repente aparece una ventanilla, donde Antonio pide la comida. De mi boca sale una frase: -Esta comida desborda mis dos onzas de vegetales diarios-. -¿Tus dos onzas de vegetales diarios?-, repite Antonio, mientras un gran signo de interrogación aparece encima de su cabeza. Cuando le explico el sistema inventado por el gobierno holandés para que sus habitantes coman saludable, termino riendo tanto como él. -Qué locos los holandeses. Un gobierno que se entromete en lo que come la población. El régimen cubano se entromete con, digamos, otras cosas- Cuando luego descubrimos que el auto ya no funciona, decidimos cambiarnos por un bus averiado y antiguo. Bromeo, allí está el número 49 a Amsterdam o podemos tomar el 22 a Utrecht -También podemos encontrar buses especiales para turistas, con asientos y aire acondicionado-, dice Antonio un poco incómodo. -Hay-, exclama.
En su intento de crear un régimen Socialista, Fidel se perdió completamente. Yo tampoco sé el camino, pero si sé lo que quiero: the real Cuban experience. —Vámonos-.
Amsterdam resulta ser el sinónimo perfecto para Víbora, el barrio donde estoy hospedada. Cuando desciendo del bus, ya nos está esperando la madre de la casa, vestida con un típico delantal de flores. -Carolina, bienvenida. Me parece que tienes hambre. Te preparé Congrís-. Mi estómago se revuelca, no por la sugerencia de la mezcla de arroz, sino por el amor instantáneo que siento por esta brillante mujer que habita una ciudad maravillosa. Ciudad fascinante, que amo más despues de un medio día que ya hace parte de mis sueños.
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